Muestra: La celebración de la materia, el color y la forma
en Praxis Galería
Buenos Aires, 9 de agosto al 13 de septiembre de 2013
Texto de sala por Ana Martínez Quijano
La celebración de la materia, el color y la forma
Cuando culmina una jornada de trabajo, Gurfein limpia su paleta, arrastra los restos de pintura y los coloca sobre una tela. Desde que comenzó a pintar la artista reitera el procedimiento, guarda los excedentes del óleo. De este modo crece el espesor del sedimento. Atesorados primero sin otro afán estético más, que, sencillamente, el placer que depara contemplarlos, los restos ocupan un lugar en el taller.
No obstante, si se mira esta acumulación de material desde la perspectiva actual, bien puede ser analizada con un enfoque arqueológico. Capa sobre capa los restos del óleo resguardan la memoria de la pintura a través de los siglos, evocan el brillo de los cuadros realizados con aceites en el pasado y también en el presente. La sensación del pincel deslizándose sobre el lienzo no ha cambiado.
Hoy, cada cuadro nuevo provee la suma de sus colores para un nuevo empaste que se estratifica y se transfigura hasta tornarse duro como la piedra.
El tiempo determinó que, mientras se solidifican vetas de color, las capas del sentido se consolidan. La razón de ser y el estar ahí de la materia fue adquiriendo una dimensión conceptual.
Y así comenzaron a cobrar cuerpo en la mente de Gurfein las cuestiones artísticas, filosóficas y emocionales, que podía condensar en un elemento potencialmente expresivo. El vuelo de la imaginación se confabuló para que realizara un corte longitudinal de la materia. La obra, una pequeña pieza arqueológica, ostenta la condición poética de una ruina: “un resto del pasado que insiste sobre el presente y que manifiesta su resistencia a desaparecer…”
Hay una pieza que parece el universo deshecho en astillas, los círculos concéntricos que, al expandirse, dibujan las rocas diminutas, cobran la forma de una implosión después de un estallido. En la obra Dormida-despierta, un maniquí yace sobre una paleta con una bola de pintura multicolor entre sus brazos. A su lado hay una forma negra y ovoide y, en abierto contraste, unos conos con los colores que suele preparar Gurfein para sus cuadros.
Los acentos vivaces del color marcan la época: reflejan la contemporaneidad. Los matices de las escalas cromáticas, los corales y turquesas, los rosas y los azules, los amarillos y celestes, los rojos y los tierra, los blancos y los negros, interactúan entre sí con un objetivo: exaltar y poner de manifiesto aquellos colores que provienen de las combinaciones creadas por la artista.
Son los tonos vibrantes de las bandas verticales y los que palpitan dentro de las juguetonas retículas.
Por otra parte, sin perder protagonismo, la forma accede a celebrar el color y el color acepta acompañar a la forma. Por momentos, las abstracciones se vuelven hipnóticas. Las pinturas suscitan el deseo de continuar mirándolas y aspiran a constituirse en lo que Walter Benjamín definía como “aquello de lo cual el ojo no podrá saciarse jamás […] que, al mismo tiempo, nutre en forma continua dicho deseo”.
Aún teniendo en cuenta el hermetismo de la abstracción, la producción de Gurfein se distingue: la impronta de la subjetividad se percibe en las obras.
La alegría de una mañana de sol está presente en el díptico Desayuno en Bloombsbury.
En las pinturas resuenan los contenidos.
El Desayuno…, al igual que otras obras, delata la dedicación al estudio de la pintura de todos los tiempos, o la búsqueda de afinidades con la música y la literatura.