Muestra Deshacer
En MACBA, Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires
10 de Junio al 21 de Agosto de 2016

MACBA, con la dirección de Teresa Riccardi, presentó la exhibición Interacciones fundamentales de un cielo estrellado de las artistas contemporáneas argentinas Carla Bertone, Julia Masvernat y Silvia Gurfein, con curaduría de Mariana Rodríguez Iglesias en el marco del eje curatorial del año 2016, ELLAS política, ficción, creación

Hoja de sala y fragmentos del texto de catálogo de la exposición
Por Mariana Rodríguez Iglesias (Curadora)

Silvia Gurfein despliega una serie de hipótesis atomizadas vinculadas a la
arqueología de la percepción. La dispersión de ese estallido de la mirada
será continuo en todo su trabajo. Intermitente en las formas de aparecer,
como si copiara el parpadeo de un ojo. Estas hipótesis, entre otras cosas,
giran en torno a diversas posibilidades: de que el pasado pueda volver al
presente, así como toda la historia del arte pueda estar contenida en el
cuerpo del óleo; de la relación formal y, no obstante, estocástica entre el
ojo y el universo; del espesor semántico de los restos materiales de
nuestras acciones; en última instancia, de la posibilidad de construir sentido
con lo que se deshace.
(…)Un paso al costado del camino, entre lo atómico y lo visibilizado
Colisión, estallido, evaporación; un teatro de sombras con las luces
encendidas o la reminiscencia de lo que se ve con los párpados cerrados; la
metodología es eliminar la ceguera o pintar ahí mismo en la intermitencia
de la mirada.
La pregunta ontológica por la mirada desplazó a Silvia Gurfein hacia los
márgenes tanto de la producción de imágenes como de lo visible, lo cual la
coloca por fuera de la construcción de un estilo cerrado en sí mismo. Los
primeros desplazamientos periféricos se asocian con la confusión o
trasposición de los sentidos. Me refiero a sus primeras obras sinestésicas,
donde se pone en escena la trasposición fundamental para su poética, que
va de la música a la pintura. En cada obra “un input sonoro se convierte en
output cromático”, decía Alan Pauls en el catálogo de la exhibición El oído
(2004). Desde el título –la colección de títulos de sus exposiciones es el
índice para interpretar su cosmovisión del arte– es explícito que no será la
vista el principal sentido apelado, aunque una vez en la sala sí lo sea, y lo
que queda en formato de promesa a cumplir son las canciones que allí se
encriptan. Un desplazamiento, algunas promesas, cosas que se ven y otras
que no se escuchan. Y así, quedan fuera de campo las canciones a ser
oídas. En una siguiente serie de obras, la trasposición se jugará también
como una compresión: a un mismo tiempo sus piezas aprietan y traducen
un cuadro de Pieter Brueghel, Los cazadores, a partir de su paleta de
colores. No vemos la pintura de Brueghel sino a través de un elemento
fundamental de la disciplina: sus colores. Si en las pinturas de canciones el
color era la carta emocional que la artista decidía jugar según sus propios
criterios, aquí el color respeta una organización de sentido ya dada y
Gurfein pretende reponer ese ADN de la historia del arte en este gesto. Lo
que el ojo ve en una obra de Brueghel es idéntico a lo que ve en estas
pinturas de Gurfein. Idéntico en cuanto a materia, pigmento, color. Lo que
separa un universo del otro es la organización de los signos, la contingencia
de lo agregado: allí se instala la búsqueda de la artista. La dispersión de
este estallido de la mirada será continuo en todo su trabajo, intermitente en
las formas de aparecer, como si copiara el parpadeo de un ojo. Aquí
señalamos dos exposiciones, pero podríamos haber nombrado todas: las
inquietudes de Gurfein se despliegan de forma atómica a lo largo (y ancho)
de toda su producción.
Un paso hacia la excavación. Entre lo descubierto y lo ignorado
Profundo, manifestado, plegado, acumulado. Toda excavación dejará por
sobre la tierra una cantidad igual de materia extraída; es ésta una pauta
universal, un principio de correspondencia. Algunas personas se
preguntarán por ese coeficiente perdido de polvo que se dispersa en la
acción de cavar y de dejar caer la tierra al lado.
En 2010, la poética de Silvia Gurfein muestra un quiebre; o mejor, un
estallido. En su exposición El libro de las excepciones, abre el juego de
referencias a fuentes alejadas de la esfera del arte, como es el caso de los
textos científicos, e incorpora componentes narrativos y figurativos en sus
pinturas. Las excepciones serán fructíferas para Gurfein y, paradójicamente,
darán cuenta de una preocupación que, antes que excepcional, es central
en la obra de la artista. Se trata de lo arqueológico de la mirada. Exhibirá
un ojo que no es otra cosa que el resultado de un vacío percibido a partir de
sus bordes: un espacio en blanco en la tela delimitado por una serie de
“barros sublimados” de la pintura; vale decir, empastes, manchas,
brevísimas acumulaciones. Una vez más, no vemos. Intuimos. Lo
arqueológico vuelve en las exposiciones siguientes, no tanto como
acumulación de materia, sino como aquello que traspasa un borde. Me
refiero al efecto sudario, al pigmento que excede un lienzo sin imprimar y
deja su huella debajo. Lo que no se ve hasta que se retira aquello que lo
tapaba. Ese fondo pintado aleatoriamente, con el juego de huecos no
controlados de un lienzo, operaría como el fuera de campo de una imagen.
En Lo intratable, las operaciones de síntesis que antes realizaba (la
traducción, trasposición, su resultante sinetésica) a caballo de un lenguaje
vinculado a la computación son prácticamente abandonadas. Ya no vemos
píxeles, sino manchas. Tal vez la única traducción sea la siguiente: no hay
espectros (de ondas), sino espectros (de fantasmas). El ojo, la visión, la
ceguera. (…)