EL LIBRO DE LAS EXCEPCIONES
Exposiciones en ZavaletaLAB Arte Contemporáneo y en Galería Casa Triángulo
Buenos Aires, Octubre de 2010 y Sao Paulo, Brasil, Junio de 2011

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Texto de Catálogo

Mucho más que pajaritos, en la cabeza de Silvia Gurfein
La pintura y sus restos
por Viviana Usubiaga

Si por la forma de vida y la excentricidad de su mirada respecto del común, todo artista remite a una condición de excepcionalidad, Silvia Gurfein es doblemente una pintora excepcional.

Creadora multidisciplinaria en sus orígenes y autodidacta en su formación pictórica, ha sabido elaborar una producción de inusual belleza, nutrida por una reflexión sugestiva sobre la historia del arte, la música, la teoría del color y la tecnología de reproducción de la imagen. A través de sus delicadas piezas ha innovado los procedimientos de la pintura poniendo en tensión la tradición técnica y la experimentación con las superficies y los formatos de los cuadros.

Pero Silvia es también en la actualidad una artista en estado de excepción. Su producción se encuentra conmocionada por la intensificación del propio régimen de investigación que se impone. Ha hecho estallar su pintura en múltiples formas. Si antes se concentraba en comportarse como una máquina que ecualizaba señales cromáticas pixelando a pincel y fragmentando la imagen para perturbar la visión, su proyecto de El libro de las excepciones la aparta de sus propias reglas de trabajo. Se permite ahora ciertos desplazamientos de sus leyes: desde la incorporación de un componente narrativo en composiciones habituadas a la abstracción hasta la inclusión de dibujos claramente figurativos, pasando por la inspiración en fuentes alejadas de la esfera del arte. Este desarrollo expansivo de sus creaciones hace que en sus cuadros de apariencia plana se filtren veladuras, tornasolados y empastes; que abra un espacio al dibujo y habilite una zona de laboratorio donde experimenta con el cuerpo de los pigmentos acumulados sobre la tela. Allí exhibe sus propias transgresiones: la casi escultórica reunión de los trabajos desechados, los ensayos con despojos de empastes multicolor y los huesos de las paletas que descarga sobre lienzos. Son menos gestos que restos de la propia pintura; colisiones que guardan el ADN conceptual y la estratigrafía material de sus obras.

Con el mismo ánimo reflexivo compone escenificaciones fuera de escala que agigantan nuestra mirada sobre el paisaje de la creación artística. Silvia se dobla miniaturizada para protagonizar un sueño metafísico; es un humanoide sumergido en el barro sublimado, es un Atlas en la tarea titánica de sostener la carga del mundo de la pintura. Y así como una pequeña caracola es capaz de guardar el sonido del mar entero, la heroína encarnada por la artista custodia el cosmos de imágenes que reverberan almacenadas en el óleo.

Quien haya tenido oportunidad de conocerla, sabe que la biblioteca de Silvia se parece a una pinacoteca. No sólo porque contiene libros de arte que son las fuentes primarias de sus producciones, sino porque en su concepción, en su modo de coleccionar, ordenar, compartir y exhibir los libros que guarda en su estudio radica una lógica pictórica. A tal punto que su fascinación por el diseño de este objeto milenario la ha llevado a idear pequeños agrupamientos de volúmenes, como retratos de anaqueles de bibliotecas inventadas. En los capítulos que conforman esta exposición subyace en forma sinestésica la relación entre la imagen y la palabra; confluyen lenguajes y tiempos. La elección de su repertorio radica en todo aquello que se aparta de la condición general de su especie: pinturas del grupo de Bloomsbury, curiosidades manieristas, el salvaje Vlaminck, la intimidad familiar de Hockney, grabados del siglo XVI y la iconografía popular sobre ciertos pájaros, como los que revolotean y agitan su inquieta cabeza.

¿Es el arte la vía de escape de lo que la mente condicionada encierra? ¿Es el arte la celda de reclusión necesaria en un mundo voraz? ¿Es el arte la cárcel productiva de una posible fuga? Silvia se pregunta una y otra vez, mientras cocina a fuego lento la historia del arte, la bebe como elixir vital, la digiere. Sintetiza las estructuras elementales de las obras que la cautivan; reedita aquellos cuadros en una escritura cromática que busca transmutar la densidad del cuerpo de la pintura en una ficción alquímica con la literatura. En los núcleos inestables de estos lenguajes, en sus bordes difusos, en los constantes intentos fallidos por alcanzar una forma, quizás allí, en sus restos, se encuentre la posibilidad de alguna respuesta.

 

Viviana Usubiaga
Buenos Aires, agosto de 2010