Muestra La fuerza débil de los artistas Cecilia Biagini, Verónica Calfat, Ignacio Fanti, Pachi Giustinian, Mimi Laquidara, Martina Quesada y Agustina Quiles,
curada por Silvia Gurfein en el Fondo Nacional de las artes, Junio/Julio de 2015
Texto curatorial
LA FUERZA DÉBIL
Hace muchísimos años atrás, caminaba por el centro de Buenos Aires y un impreso en el cordón de la vereda me llamó la atención. Era un papel obra blancuzco del tamaño habitual de un volante, con imágenes en rojo: una silueta humana atravesada por líneas y puntos de intersección, una mano (¿o eran dos?) trazada también de manera sintética, los pulgares perfectamente reconocibles. Y palabras en castellano junto a unos caracteres chinos, esos emblemas misteriosos y ajenos (cuentan que fueron inspirados en las huellas de los pájaros). Estos son recuerdos difusos tal vez, pero lo que nunca olvidaré es el mensaje que propagaba: masajes con fuerza fuerte, masajes con fuerza débil.
Esa idea, la de que la fuerza podía desdoblarse, tener un signo diferente a su propia definición, permaneció para siempre en algún lugar de mi mente. Débil deja de ser un adjetivo con carga negativa para volverse una calidad, una disposición, una táctica.
Tal vez hoy sea evidente, pero en aquel momento esa posibilidad inauguró un espacio distinto para intuir cómo las cosas son, se mueven y se transforman en este mundo. Y el modo en que podemos intervenir en él.
Durante años esta noción ha vuelto a mi para permitirme nombrar cierta forma de obrar en la que, entre otras cosas, el tiempo es el recurso fundamental para producir un efecto transformador.
Deambulando por mi cabeza entre las obras convocadas para esta muestra (las que finalmente forman parte de ella y también las que, por edición necesaria, quedaron sólo como pensamientos) sospecho que tal vez sean manifestaciones de este tipo de energía y que ser impulsados así, podría ser uno de los nodos de afinidades de los artistas aquí hermanados.
Semejanzas y simpatías pero también asperezas aparecen en ocasión de estar un tiempo juntas las obras en mi interior y ahora en este espacio. Y en el mapa que dibujé mentalmente al reunirlas (como si volviera a visualizar el cuerpo atravesado por líneas de mi volante encontrado), fui nombrando estas intersecciones como cierta deslocalización de los soportes (como pregunta eterna, como ausencia, como liberación), una suerte de desdoblamiento de los materiales (como separar una hoja en dos desde el borde, como partir un cabello al medio), lo reversible o lo irreversible de la cosa de apariencia bidimensional, la hipótesis de que todo es parte (otro título posible para esta exhibición) es decir, algo entre las mínimas unidades pensables y la cuestión de lo fragmentario del conocimiento y la percepción. Y unas imágenes que llegan a algún grado de abstracción como consecuencia, pero no como programa.
Y una curiosidad: la presencia ineludible del azul.
Esto que estaba como mensaje cifrado en un volante polvoriento de una callecita de Buenos Aires, es, ahora puedo saber, la denominación de una de las cuatro fuerzas fundamentales del universo. En física estas fuerzas son la gravedad, la fuerza electromagnética, la fuerza fuerte y la fuerza débil.
La fuerza débil es la responsable de los fenómenos radiactivos que son desintegraciones de partículas y núcleos atómicos. Como interacción débil no sólo puede ocasionar efectos puramente atractivos o repulsivos sino que también puede producir el cambio de identidad de las partículas involucradas.
Desde otra perspectiva, Lo suave (lo penetrante, el viento) en el I Ching, es la fuerza que disipa lo rígido e inmóvil por su ininterrumpida influencia. Lo insistentemente penetrante del viento, por ejemplo, se basa en su acción incesante, allí radica su poder. Recurre al tiempo como medio para su acción.
Ahora, hablando de los artistas y en particular de las obras reunidas aquí, digo, intentando una aproximación inteligible, que Verónica Calfat obra sobre un material que pueda manifestar la metamorfosis. Y a la vez que le permita evidenciar un recurso estructural de la pintura, la construcción de la imagen en capas. Verónica cita a Ilya Prigogine: “La clave del crecimiento está en la fragilidad. Debes poder romperte para volverte a formar”. Entonces el vidrio, que contiene potencialmente esos atributos. Fundamento del espejo opaco y también de la transparencia que deja a la vista el gesto y el proceso. Se desdobla fijado. Elije pintar sobre aquello que es tan resistente que, para mutar, sólo puede partirse, hacerse pedazos.
Cecilia Biagini construye y reconstruye. Fracciona el espacio (¿de la pintura?) y rearma el mundo con los restos de lo sólido y lo endeble, y en esas reconstrucciones, en lo imperfecto del encastre, nos muestra las grietas necesarias para que el todo se constituya. El todo será siempre resquebrajado. Su pequeño cuerpo acompaña el movimiento de apertura intentando suspender la gravedad.
El mundo nos ha sido dado roto y el buen hombre y la buena mujer pasa su vida intentando rearmarlo. Así también procede Mimi Laquidara, como Calfat, como Biagini. Dándole a ese fragmento su valor testimonial. Visibilizando las piezas faltantes o ausentes. Apelando a la memoria que religa los lazos perdidos entre las cosas, entre lo que vemos y su origen. Hay que construir las imágenes siempre dejando un vacío porque así son las cosas en el mundo atómico. Trastoca la apariencia: lo que creemos pesado y denso es presentado como liviano y crocante. La memoria toma un rumbo gestáltico y completa la figura y la acción ausente, por contacto transitorio, por adhesión, lo vacío se llena y viceversa. Lo que vemos tiene entidad sólida pero también, como doble cara, volátil como el recuerdo.
Pachi Giustinian, capa sobre capa logra despegar de cualquier soporte la pintura para mostrarnos su flexibilidad delicada y resistente, su capacidad de adaptación y mímesis en contacto con las cosas (y la historia). Pero sobre todo, su anomalía formal. Cosa sujeta a la ley de gravedad como cualquier cuerpo en la tierra. Intento de despojarla de sus rasgos protocolares, de su tradición de ventana, espejo y representación y dejarla caer.
Las fotografías de Ignacio Fanti respiran y como respiraciones, tienen la doble potencia de ser voluntarias e involuntarias. Tal vez, podamos decir algo entre inhalación y exhalación y esas palabras quedarán como un hueco entre las fotos de la foto. Un vapor tornasol, rocío de color (una branquia, una cavidad del interior humano) se plasma en el químico de la película o, da igual, en los ceros y unos que traducen. Son también una porción desbordada del mundo, una esquina del cuadrado que fuerza el ángulo. Y las imágenes del horizonte que todos los hombres han visto.
Así también, en ese intervalo de aires y desbordes, Martina Quesada apoya y fija el volátil pigmento en el papel (¿lo exhala, lo sopla como el viento?). Halo vital, opaco o transparente, como minúsculas astillas de color. Una búsqueda nuclear de la mínima partícula para sostener o mutar una identidad. Desmenuza sus posibilidades de alteración, las despliega en su forma asequible y pone en tensión la divisoria. A su vez, aplica una economía muy exacta para informarnos del proceso de conversión, donde el marco es una fuerza más traccionando, para desnaturalizar la mirada funcional. Desdoblamiento secuencial. Y como todo es inestable aquí, en ese pendular entre fuerzas ordenadoras pero inciertas, Agustina Quiles se arroja a las sedosas superficies con impulso liberador de gran precisión y de perfecta sincronía respiratoria y corporal. Enlazados los movimientos y los gestos, comprende los estados transitorios de las sustancias y los sostenes con los que trabaja y les permite ser afectados y afectarse, cambiando velozmente el foco de su atención de un territorio a otro. No sabemos si hace el papel más frágil o más fuerte cuando lo encera y lo agrieta al recibir los trazos. En sus obras asistimos al nacimiento perpetuo de las figuraciones. Parece conocer la belleza del origen de la fuerza.
Confín y nota sobre el azul.
Azul es distancia para nuestros ojos, así como para los instrumentos que miden el universo. El azul, como el océano, como el cielo profundo, aunque lejano, parece incluirnos a todos. Desde que comencé a visitar sus talleres tomé nota mental de la presencia de ese color y a preguntarme cómo estaba funcionando en las obras. Claramente mucho más allá del gusto (aunque estadísticamente sea uno de los colores favoritos de la humanidad) aquí es la herramienta visual para notificarse del espacio y el tiempo. La expresión pigmentada del misterio de nuestra ubicación celeste, la inmensidad del territorio que no habitamos. Las gradaciones y matices posibles para esa inmersión. Sobre nuestras cabezas, una fuerza nos pone los pies en la tierra y otra, tal vez, nos une a la expansión y mutación infinita.
Silvia Gurfein
Mayo de 2015